En algún momento de la historia se frotó la lámpara del humor y de allí salió un genio, un genio rosarino que nos inundó de alegrías, ensueños, complicidades, ironías, lucidez, e inolvidables idiosincrasias en la utilización del vocabulario. En el día de hoy su imagen merece un humilde recuerdo, ya que hoy cumpliría 78 años el Negro Olmedo, muchas son las páginas y páginas que se han escrito, y su inigualable talento humorístico seguramente nos invitará ha encontrar nuevos matices, sobre lo que fue este gran artista.
Su barrio, ese que le dio tanta letra, era Pichincha, en Rosario, y su ‘calle’ y su persona sería la que recorrería las veredas y las avenidas de la improvisación, su tan ansiado despertar con ese famoso Capitán al que todos llamábamos “Piluso”. Tiempo más tarde lo volveríamos a reencontrar en la imagen de “Rucucu”, y unos años después hará todavía más famoso al queso y al dulce que lo que ha hecho la gastronomía popular, con el “Fresco” y “Batata” junto a Porcel.
Las continuas bromas que realizaba sobre si mismo crecerían a pasos agigantados en “No toca botón” donde va a encontrar aliados para las cargadas, tanto de sus errores como los de todo su equipo, y dilapidará humor e ironías desde personajes como “El dictador de la costa pobre”, “Chiquito Reyes”, “El Manosanta”, “El mucamo Perkins”, “Rogelio Roldán”, entre tantos, y con los largos, encantadores, y sorprendentes diálogos junto a Portales, en “Alvarez y Borges” que nos han regalado uno de los capítulos más memorables de la televisión argentina.
Y es que a partir de ahí apareció el fantástico roce con la gente, ese juego que no se sabía como finalizaba, unas veces con el público, otras tantas con las cámaras, y si hasta las publicidades eran chivos con guiños cómplices; el famoso ¡Sa Voy! los fideos Nutregal, los alíscafos Belt, y las frases que aún hoy resuenan entre nosotros…¡Eramos tan pobres!, ¡Y..si no me tienen fe!, ¡Siempre que llovió, paró!, ¡Soy pitufo, pero no bolufo!, ¡Ruu cuu cuu!, entre tantas otras genialidades. Inolvidables resultan esas sonrisas de atorrante hacia la cámara, los manoseos a Portales, (cuando era sabido que no le gustaba eso), sus famosos cruces de piernas, los cuentos absurdos de dramatismo en los que presentaba a un corazón al centro de la escena, y sus apasionados gustos por las bebidas para acompañar ruedas de amigos. Toda la cultura popular reflejada en pocas palabras ya que había conocido la pobreza y las grandes experiencias de vida, esa vida que barajó y repartió sin escatimar a quien iba dirigida, con entrega y claridad inigualables, como solo Alberto Olmedo podía hacerlo…¡Y...si la vamo a hacer, la vamo a hacer bien!